Aproximación a los términos: “Deovotae” y “deodicatae”

Dones segles X-XI.

Ermita de Sales de Viladecans al «Pla de les Deodates». Foto: AGC

Los términos “deovotas” y “deodicadas” suelen confundirse con los más recientes y habituales de “deodonadas” o donadas. Empezaremos por situar estos últimos, que son como una degradación de los primeros.

Los donados y donadas se entregaban, o eran entregados por sus familias, a los monasterios y a otras instituciones religiosas para “darse” al cuidado de los miembros de la comunidad y al de otros servicios de atención a las personas, como ermitas y hospitales. Eran conocidos como “legos”, lo cual hacía referencia a una escasa preparación letrada y, por tanto, a un estrato social que no podía pagar estudios. Podían hacer votos religiosos, pero no formaban parte del clero.

Los términos “deovotas” y “deodicadas”, que vemos en los documentos de derecho altomedievales, ya se encontraron en las inscripciones funerarias de la Hispania visigótica[1] y remiten, por tanto, al inicio del cristianismo en Occidente. Un cristianismo que, en una sociedad no-letrada y menos preparada intelectualmente que Oriente, se transmite mediante ritos, gestos, maneras de obrar o cantos y frases que se repiten oralmente. Una inicial transmisión que se realizaba desde grupos dispersos en los que también participaban las mujeres.

Recordemos que el cristianismo nació gracias a las mujeres que seguían al Jesús del Evangelio, le acompañaron en su muerte de torturado y reconocieron, poco después, su presencia. El cristianismo, con su original idea evangélica de la libertad humana y de la igualdad de todos/-as como “hijos de Dios”, caló entre las mujeres y los esclavos. Fueron ellas las que motivaron la conversión de sus esposos e hijos (como Santa Helena con su hijo Constantino o Santa Mónica con San Agustín de Hipona) y fueron ellas las que promovieron comunidades donde se recitaba el nuevo credo y se repartía el pan con los pobres.

Una vez acabadas las persecuciones, las peregrinaciones a los lugares santos de Oriente fueron frecuentes, hubo mujeres que desafiaron las leyes que sobre la familia promulgaba el sistema creando grupos de célibes. Algunas de estas mujeres habían peregrinado a Oriente para aprender cómo vivían las primeras madres, diaconisas y eremitas cristianas, siguiendo los pasos de Melaniala Mayor que, nacida hacia el 340 y viuda a los 22 años, emprende hacia el 371-372 un viaje de Roma a Alejandría con objeto de visitar los enclaves monásticos[2]. Otras mujeres hispanas bajo el amparo de la corte de Teodosio realizarán viajes semejantes a Constantinopla, Egipto y Palestina, como la noble Egeria.

Viaje de Egeria. Sello conmemorativo

En Cataluña conocemos algunas mujeres peregrinas, como Ingiralda que hace testamento en 981 antes de marchar a Santa María de Inicio (Occitania) o na Mello que peregrina a Roma en 1002[3]. La Iglesia de Roma pronto empezará a condenar los viajes de las mujeres que sujetará al claustro o a la familia.

En los inicios del cristianismo, mujeres solas, viudas o doncellas, se consagraban a la castidad, como antes hacían las vírgenes que se entregaban a los templos de los dioses paganos, puede que en un intento de subsistencia ya que se exigía a las viudas no volver a casarse para conservar el legado marital y se enviaba a las jóvenes a matrimonios inciertos, con graves peligros durante el parto.

En estos siglos hay diferentes movimientos cristianos que posteriormente serán catalogados como heréticos, especialmente si contaban con la participación activa de las mujeres en la predicación y en la celebración. Hasta el siglo XI hay diaconisas[4], aunque la Iglesia las ha tenido en escasa o nula consideración.

Pero el periodo entre la antigüedad tardana y la alta edad media es largo y no disponemos de muchas noticias, aunque sabemos que en nuestra zona se establecieron y dominaron los godos, dejándose ayudar administrativamente por los romanos o que el cristianismo denominado “arriano”, perseguido desde los primeros concilios por la Iglesia Ortodoxa que lo consideraba herético, convivió aquí con un catolicismo romano que, en aquellos largos siglos, aunque recitara las fórmulas de Nicea, estaba lejos de Roma. Con la conversión generalizada promulgada por Recaredo se estableció una férrea alianza jurídica y administrativa entre los obispos (visigodos o romanos) y los reyes godos.

Hasta el siglo X y principios del XI, en la consideración hacia las mujeres, intervenía la tradición germánica en la que la mujer era más valorada porque establecía y mantenía los fuertes lazos familiares y estaba mejor amparada por las leyes godas, pudiendo disponer libremente de sus bienes, aunque se les exigía fidelidad. Los juramentos de fidelidad se hacían en nombre de la madre, en cambio, las adquisiciones de bienes y las herencias eran patrimoniales.

Las mujeres autodenominadas y reconocidas como “deovotas” y “deodicadas” hacían uso de sus bienes y actuaban bajo su propio nombre o renombre.  Se ha querido ver en ellas una religiosidad diferente, en todo caso sólo podemos dar cuenta de lo que dicen los documentos y lo que vemos, en función de ellos, es una coherencia con la ética evangélica en los actos que se reflejan.

Documentalmente, encontramos esos términos añadidos a las hermanas de los monasterios benedictinos de St. Joan de Ripoll (o de las abadesas) el de St. Daniel de Girona i el de St. Pere de les Puel·les de Barcelona, estudiado por Montserrat Cabré[5]. Los encontramos asociados a ermitañas que vivían en los valles, en pequeñas celdas vinculadas a algún monasterio[6] normalmente femenino, aunque también masculino, como Sant Cugat, o mixto[7], algunos de los cuales estaban bajo la autoridad de una abadesa, pero algunas deberían habitar en cenobios domésticos.

Sant Jaume de Rifà a Sant Antoni de Vilamajor podria haver estat una comunitat mixta. Foto: Ramon Solé.

La monja cisterciense Sira Carrasquer apunta dos posibles causas del aumento de los cenobios domésticos entre las mujeres: la falta de confianza en un obispo que se disputa el poder con los nobles o la intención poco evangélica de sacerdotes escasamente preparados que sólo pretendían vivir holgadamente a costa de los diezmos. Es lo que vemos en nuestra historia local al encontrar notorias diferencias entre Banyols y Provençana. Sólo hay que añadir que, desde los primeros concilios, la Iglesia romana quería que los monasterios femeninos estuvieran bajo la tutela de los masculinos y que las mujeres no tuvieran parte activa en la predicación ni en la celebración, como aún se hacía entre algunas agrupaciones cristianas.

La apetencia de unificación de una Iglesia que nació imperial y se dividió entre Oriente y Occidente consigue eliminar todo lo que se oponga a ese poder más estructurado que para crecer, devora. En el siglo X, esta unificación, que se dará a partir de la reforma del Cluny y de los procesos de feudalización entrado ya el siglo XI, aún está en ciernes y las mujeres de las diferentes corrientes cristianas y no cristianas convivían sin que observemos problemas entre ellas. A partir de la segunda mitad del s. XI no se mantiene esa libertad administrativa, la mujer “donada” entra con su herencia o dote y a partir del s. XII es la abadesa la que administra los bienes.

Los términos “deovotas” y “deodicadas” serán traducidos por los historiadores como “monjas”, cuya acepción trae significados muy diferentes, por lo que no deberían ser considerados similares. “Deovotas” y “deodicadas”, aunque términos religiosos, hablan de libertad en la disposición de los bienes propios, en la opción personal que se materializa en un pacto entre las partes, de relaciones éticas que superan las diferencias de nacimiento.

Aquí en Catalunya y como vía abierta para profundizar encontramos, prácticamente, alguna Deovota, a finales del siglo X en cada río o riera, como la de Gallecs, afluente del Besós, donde encontramos a “Ermessinda Deodicata”[8]

Riu Tenes entre Bigues i Parets, prop de la zona de Gallecs a on trobem a «Ermessinda Deodicada» als límits d’una permuta i d’una donació amb Sant Cugat al 979 i 985 respectivament. Foto: Ramon Solé

Àngels García-Carpintero Sánchez-Miguel, 19-julio-2020

A quienes más sufren los efectos de la pandemia.


[1] Según un estudio de 1942 de Mn. Josep Vives, citado por M. Cabré en “Deodicatae y deovotae. La regulación de la religiosidad femenina en los condados catalanes, siglos IX-X” en: VVAA (1989) Las mujeres en el cristianismo medieval. Imágenes teóricas y cauces de actuación religiosa. Ed. de Ángela Muñoz. Laya. As. Cultural Al-Mudayna, p. 169-182.

[2] Carrasquer Pedrós, S. (2003) Primeras madres occidentales (ss. I-VII) Génesis-Historia sociocultural-Espiritualidad. Matrología II. Burgos: Monte Carmelo.

[3] Udina i Abelló, A. La successió testada a la Catalunya altomedieval. docs. 23 i 59.

[4] S. Pablo habla ya de alguna diaconisa (Ro. 16:1) (Ti. 1, 3:11). Las diaconisas asistían a las mujeres en el bautizo por inmersión. Cuando se empezó a bautizar a los niños pudieron acabar con las diaconisas que, evidentemente hacían mucha más labor como la del predicar.

[5] Cabré i Pairet, M. (1985). El monacat femení a la Barcelona de l’alta Edat Mitjana, s. X-XI. UB, tesis, vol. II doc. Arxiu del Monestir de Sant Pere de les Puel·les (AMSPP).

[6] Ordeig i Mata, R. (2001) “Cel·les monàstiques vinculades a Guifré el Pilós i la seva obra repobladora (vers 871-897)” Acta historia et archaeologica mediaevalia, n. 22

[7] Según Bonnassie un 12% de la población al s. X vivía en comunidades mixtas (1979, I: 233).

[8]Històries des de Bellvitge. “Comunitats al Baix Vallés, segle X, el que ens poden dir pel nostre avui”.  https://historiasdebellvitge.wordpress.com/2020/06/20/comunitats-als-baix-valles-s-x-el-que-ens-poden-dir-pel-nostre-avui/